Al rescate de nuestro pasado

La curiosidad por el pasado es el motor para iniciar una búsqueda. Por excelencia la historia y la arqueología, junto con la antropología y otras ramas del conocimiento humanístico, son compiladores de objetos valiosos y únicos, casi todos antiguos. Su finalidad al encontrarlos es estudiarlos y obtener de ellos evidencias materiales que fundamenten el conocimiento. Luego, se debe buscar un sitio dónde reunir lo encontrado, que además permita su cuidado y preservación. Ese espacio único, es por lo general un museo.

 

El origen del museo data de tiempos ancestrales, primeramente como medio de preservar objetos valiosos. Posteriormente para educar a través de sus contenidos a niños y adultos, así como fomentar el respeto por el conocimiento. A diferencia de los museos de Europa y Estados Unidos, los museos en México pretenden ser un medio a través del cual niños, jóvenes y adultos pueden aprender viendo. Más recientemente han surgido aquellos en los cuales además de ver, se puede tocar.

 

La historia de los museos en nuestro país inicia en el siglo xviii, con el cuadragésimo virrey de la Nueva España, Antonio María de Bucareli, quien entre sus obras más importantes cuenta, además de embellecer la capital, mandar a recoger en la Universidad todos los documentos referentes a la antigüedad mexicana. Esta obra fue secundada por el Conde de Revillagigedo, el cual ordenó colectar todas las piezas arqueológicas mexicanas, excepto las empotradas en muros (como la “Piedra del Sol”, en la Catedral) al mismo sitio que su antecesor, pero esta vez estableció ahí el Museo de Historia Natural (1822).

 

Casi una década después, en 1831, el museo fue trasladado a la antigua Casa de Moneda, hoy Museo Nacional de las Culturas (Moneda #13, Centro Histórico). Fue Porfirio Diaz quien inauguró en ese recinto la sala de los monolitos; hasta ese momento la “Piedra del Sol” dejó su lugar en la Catedral y pasó a formar parte de la colección arqueológica del museo. A raíz del xi Congreso Internacional de Americanistas (1895), don Justo Sierra puso de manifiesto la necesidad de tener un museo de antropología. Pero no fue hasta muchos años después que Jaime Torres Bodet, dentro de su plan de trabajo, planteó la construcción de un museo al entonces presidente de México, Adolfo López Mateos (1964).

 

Aunque para ese momento en México ya había otros espacios dedicados a la exhibición y conservación de objetos antiguos, el museo de antropología obedecía a otras perspectivas, se pensaba en un recinto que hiciera sentir orgulloso al mexicano de serlo. Por esa razón, si bien tenemos una gran variedad de museos, con una diversidad de temas y formas, el más grande de todos ellos es el Museo Nacional de Antropología. Justamente en ello pensó el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez cuando concibió este museo. En un espacio donde el conocimiento se integrara a la convivencia.

 

Lo que más llama la atención, de los casi dos millones de personas que lo visitan cada año, son dos cosas; ambas monumentales: el “calendario azteca” o “piedra del sol” y el “paraguas”. De los monolitos prehispánicos mexicanos más conocidos es la “Piedra del Sol”, encontrada bajo la superficie de la plaza mayor de la ciudad de México, en octubre de 1790, junto con la “Coatlicue” y “Piedra de Tizoc”. Las enormes piedras causaron revuelo entre historiadores y filósofos de la época, ya que ponían de manifiesto los adelantados conocimientos de los pueblos prehispánicos, formando las pautas de la mexicanidad que hoy nos caracteriza.

 

La fuente del patio central del Museo, mejor conocida como “paraguas”, es una maravilla de la arquitectura moderna y remembranza de la prehispánica, no sólo proporciona una reconfortante sombra, también es el área de receso entre sala y sala. Si se le mira con atención se verán grabados en ella similares a los que encontramos en las zonas arqueológicas. Sin embargo, más allá de estas dos magníficas piezas, hay en el interior del Museo otros monolitos de igual belleza y tamaño. Una de ellas es la “Coatlicue”, la mujer con las faldas de serpiente; la otra, una reproducción de los atlantes de Tula.

 

Pero quizá la más grande en tamaño no está ni siquiera en el interior del Museo, se encuentra afuera: el Tláloc, dando la bienvenida a los visitantes. Posado dentro de una fuente sobre el Paseo de la Reforma, este gran monolito pesa aproximadamente 200 toneladas, y proviene de Coatlinchan, Estado de México; llegó a su lugar actual en 1964.

 

Quien haya recorrido sus salas, le son familiares las frescas corrientes de aire que corren por los pasillos, mientras tratas de recuperar el aliento y renovar fuerzas para continuar. Cada sección de este recinto fue pensada para que sus visitantes desarrollen sus actividades en soledad o en compañía, en grupo o con la familia, donde se reúnan especialistas o interesados, no sólo para mostrar un pasado o un presente, sino que rescaten a través del conocimiento de otras épocas la historia de lo mexicano.

 

El Museo Nacional de Antropología cuenta con 23 salas divididas en: planta baja y alta. En la primera se encuentra: Introducción a la Antropología, Poblamiento de América, Preclásico: Altiplano Central, Teotihuacan, Los Toltecas y su época, Mexica,Culturas de Oaxaca, Culturas de la Costa del Golfo, Maya, Culturas de Occidente, Culturas del Norte. En la segunda, se localizan las salas dedicadas a etnografía, mismas que fueron recientemente remodeladas: Los Pueblos Indios, El Gran Nayar, Puréecherio, Otopames, Sierra de Puebla, Oaxaca: La región de las Nubes, Costa del Golfo: Huasteca y Totonacapan, Mayas de las montañas, Mayas de la planicie y de la selva, El Noroeste: Sierras, desiertos y valles de los Nahuas.

 

El museo ha enriquecido didácticamente su museografía, con varias maquetas y reconstrucciones a escala dentro de las salas, por ejemplo: la escenificación del mercado de Tlatelolco, en la sala Mexica; la pirámide de Quetzalcóatl en la sala Teotihuacan; las tumbas de Palenque y Monte Albán en la sala Maya y de las Culturas de Oaxaca, respectivamente. O algo que casi nadie menciona; en la sala de introducción a la Antropología, se encuentra un hueso real de Lucy (esqueleto de un homínido perteneciente a la especie Australopithecus afarensis), otorgado al Museo por la calidad de sus colecciones.

 

Este Museo cuenta con piezas únicas en su especie, la mayoría son originales y sólo se podrán ver ahí, como el Huehueteotl de la Sala del Golfo, figura de barro con forma de un anciano sedente, desdentado, con un brasero sobre su cabeza; pieza que ha salido innumerables ocasiones a exposiciones en el extranjero, por su belleza y calidad de trabajo. Además de su excepcional colección, este museo hospeda exposiciones temporales con piezas de los museos más importantes del mundo.

 

Para saber más:

 

“El Museo Nacional de Antropología”, Revista Arqueología Mexicana, número especial de 4to. Aniversario, Núm. 24, marzo-abril 1997, México.